Acercándonos al Norte.

3 de noviembre, jueves. Nos atrevemos

Recorrido:     Pitsanuloke -Sukhotai-Lago Payao-Chain Rai

De nuevo otro madrugón. Pero no nos importa. Al abrir las cortinas de la habitación descubrimos unas impresionantes vistas sobre la ciudad y alrededores. Está amaneciendo.

Hacemos las maletas y a desayunar. Un poco después se nos unen Gerardo y Antonia y compartimos el desayuno. A la hora estipulada aparece nuestro conductor Felipe y Nadia.

Rumbo a Sukhotai, también Patrimonio de la Humanidad.

Sukhotai (amanecer de felicidad)  es actualmente una pequeña ciudad tailandesa que durante los siglos XIII – XIV fue la capital de un reino de mismo nombre que se considera el origen de la actual Tailandia.

Una vez allí tomamos unas bicicletas para comenzar el recorrido por este parque arqueológico cuyas ruinas están entre lagos y ríos. Gerardo silva entonando la banda sonora de “verano Azul” y así nos vamos desplazando los cinco. Bajamos, visitamos un templo, lo recorremos, fotografiamos, subimos en las bicicletas de nuevo, nos acercamos a otro.

Comenzamos con el wat mahathat  templo principal del complejo histórico en el que hay una  figura central de un Buda sentado rodeado de un foso y de cuatro estupas  o monumentos espirituales o religiosos de estilo Khmer que simbolizan los 4 puntos cardinales. 

En el templo se recrea la leyenda sagrada del Monte Meru, la morada celestial de Buda.

El paseo resulta delicioso ya que la temperatura es agradable y es todo llano. Discurre además, entre jardines. Además Nadia nos va descubriendo flora y fauna de la zona.
Lo primero  resulta más…relajante, lo segundo…a sustos ya que ella, que es muy amanerada, a cada bicho que encuentra o lagartija que se mueve da un grito y sale casi corriendo en una actitud algo cómica ya que corre con su paraguas negro abierto cual Mary Popins.

Así en nuestro camino nos señala lo que ella dice lagarto, pero que es un geco. Nunca hasta ahora habíamos visto uno pero rápidamente se esconde en la grieta de un árbol con el que está perfectamente mimetizado. 

Tambien descubrimos cangrejos,  en concreto el violinista con una pinza más larga que otra, que como no, Angel recoge para ser fotografiado.

Nuestro paseo continua entre las ruinas de los templos que se suceden entre palmeras y lagos cubiertos de nenúfares en flor, reflejándose algunas en las aguas tranquilas. 

Es un paisaje atrayente y delicioso. Exótico, extraño y hermoso. Gerardo sigue dando muestras de su ingenioso sentido del humor que provoca hilaridad en todos nosotros.


Para finalizar nuestro recorrido arqueológico por este mágico lugar, por el que, hay que decirlo, encontramos un poco más de gente que en Ayutaya donde casi estuvimos solos, nos muestra unas semillas que pone en la palma de nuestras manos. Echa un poco de agua y nos pide que mantengamos la mano cerrada durante 3 segundos. 

Al abrirla la magia estalla ya que cada semilla al contacto con el agua salta disparada por todos los sitios.

Sorprendidos y fascinados agradecimos a Nadia que no solo nos enseñara la parte arqueológica e histórica, sino también estos pequeños detalles que nos sumergen en su país, en un país que ya casi nos ha atrapado en tan solo dos días.


Y puntualmente acude Felipe a recogernos, dejamos nuestras bicicletas y nos acercamos a otro templo cercano el Sri Chum donde un enorme y gigantesco Buda  de casi 15 metros de altura se alza sentado en su interior ocupándolo todo.
Se cree que en tiempos de guerra era muy venerado por la creencia de que los guerreros recibirían más valor en la lucha.  En el exterior nuestra atención es captada por un gigantesco arbol frutal que desconocemos.











Y de allí ponemos ahora rumbo al lago Payao. En nuestro camino vemos como de pronto Nadia se lanza a su bolso, coge su monedero y empieza a golpearlo con las palmas abiertas. La preguntamos sorprendidos y nos dice que es una comitiva fúnebre y que hay que palmear el monedero para que traiga dinero. Así que rápidamente intentamos imitarla pero ya ha pasado y nos dice que ya no vale. La recriminamos pidiéndola que la próxima vez nos avise con tiempo.
Y
 llegamos a este lago al atardecer donde podemos contemplar una preciosa estampa del sol cayendo sobre él.

Nos da un tiempo libre que aprovechamos para entrar en una tienda y al salir nos tiene preparada una sorpresa: tiene tres platos que contienen gusanos de seda, larvas y grillos, fritos y nos invita a probarlos. Yo digo, lo que llevo diciendo todo el viaje: con la comida tan deliciosa con la que cuenta el país no voy a probar esto. Pero Angel sin dudarlo lo hace y Nadia me invita con tal naturalidad que no puedo resistirme.

Pienso que esto es todo cabeza y que efectivamente, las gambas, langostinos o bígaros que me como son similares –y no digamos los caracoles, que a mi me dan asco pero que la gente come con deleite- así que pruebo los grillos y los gusanos. Sinceramente, es como un poco de aire, como las chuches de los niños, los gusanitos de los niños. Están crujientes. Comer gusanitos no me causa reparo, un poco más los grillos y lo que ya no consigo probar son unas larvas más grandes. Pero Angel  y Gerardo sí lo hacen

Después de esto damos un paseo por el lago y a la hora acordada regresamos a la van. Vemos que Gerardo y Antonia regresan con bolsas de bichos y me sumo a la iniciativa. Llevaremos unos para comer con los amigos y la familia. Están muy bien preparados, en bolsas pequeñas envasadas al vacío, cual bolsas de patatas fritas, aunque me temo que no tendrán mucho éxito, como luego confirmé.

Ya en la Van ponemos rumbo a Chain Rai, nuestro destino por hoy, día duro.  

Y ya en la noche dejamos a Gerardo y Antonia en un hotel para luego dirigirnos al nuestro, que nos parece que está bastante lejos del de nuestros compañeros.

Y comprobamos que es una preciosidad, el mejor, sin duda alguna. Se encuentra junto al río en medio de jardines. Las habitaciones dan al exterior, a corredores.

Rápidamente nos ponemos el bañador y nos acercamos a la piscina que está abierta hasta las 22. 

El sitio es encantador. Nos damos un refrescante baño, no sin antes haberme resbalado y caído golpeándome en la zona lumbar, pero, afortunadamente, Buda debe haberme protegido y lo que podía haber sido un golpe malo, se queda en tan solo unas rozaduras.

Después de darnos un estupendo baño en solitario y ducharnos, bajamos a cenar. Observo que en el jardín y junto a la barandilla del río hay mesas con su mantel y velas. Y nadie. Una mesa debajo de un arbol del que cuelgan lámparas de papel parece invitarnos y no puedo resistirlo.

Pese a la oposición inicial de Angel pregunto si podemos tomar la cena afuera respondiendo afirmativamente. La verdad es que me siento algo culpable ya que la mesa elegida está a unos 30 metros del restaurante interior y destinan una persona para que nos atienda, que permanece a una discreta distancia.

Elegimos la cena, que como siempre, resulta exquisita y maravillosamente presentada, también por unos 10/12 euros los dos y en un escenario inimaginable. Y completamente solos, ya que el hotel está casi vacío.

Terminada la cena atravesamos un hall donde hay música en directo y nos retiramos pronto a dormir. 

También, y para no variar, había que madrugar.

4 de noviembre viernes. El contrapunto de nuestro viaje

Recorrido: tribus de norte (Ahka, Mien o Yao) -triángulo de oro-museo del opio-Tonpheung (Laos)-Río Mae Kok-Chian Rai.

Los primeros en ser recogidos somos nosotros y después nuestros compañeros y partimos para visitar algunas tribus cercanas.

En Tailandia conviven diversidad de etnias y tribus nómadas, seminómadas y sedentarias repartidas principalmente por las selvas del norte. Pero hay casi veinte tipos de etnias diferentes por toda la geografía tailandesa, unas han sido absorbidas para promocionar el turismo, tales como los Kharen(mujeres jirafas)hmong,etc...pero la gran mayoría aun intentan sobrevivir ajenas a la vida moderna, como lo llevan haciendo desde tiempos remotos y otras se tambalean entre su tradición y su evolución

Las tribus de la montaña viven en el norte de Tailandia en relativo aislamiento. El auge del turismo en el país está introduciendo en estas poblaciones elementos externos que están empezando a abrir una brecha de permeabilidad a la modernidad.

Se dividen en tres grupos lingüísticos principales: los tibeto-birmano (lisu, lahu y akha), los karénico (karen, kayah,kirin) y los austro-thai (hmong y mien).

Su idioma es una de las fronteras que los separa de la población thai, pero no es el único, ya que estas tribus seminómadas, venidas en muchos casos de la vecina Myanmar (antigua Birmania), no tienen la ciudadanía tailandesa y por eso viven al margen de ayudas gubernamentales, aunque en los últimos años se está haciendo un importante esfuerzo por la integración de estas poblaciones. Se construyen escuelas, se les proporciona asistencia sanitaria y se les facilita lugar donde asentarse para que dejen de sentirse perseguidos y recomiencen una vida sin miedo a ser expulsados, sin tener que vagar de aqui para alla por las selvas tailandesas.
Existen 10 tribus reconocidas, pero se calcula que pueden llegar hasta 20. Según el Instituto de Investigación Tribal de Chiang Mai se calcula que 550.000 personas viven en estos poblados.

Comenzamos por la tribu Akha, originarios del Tibet. Cuando llegamos comenzamos a observar que son pobres, muy pobres, lo que confirmo después leyendo en Internet. Su economía se basa en la agricultura de arroz y maíz. Veneran a sus antepasados, y no disponen de un sistema social por clases sino que todos son considerados como iguales y sus normas de conducta con respecto a otros miembros se basa en el respeto a la edad y a la experiencia. Visten ropa negra con muchos adornos coloridos, con cuentas, plumas y grandes tocados de plata.


Yo, no me encuentro cómoda. Me siento rodeada de pobreza y no puedo evitar sentirme mal. Sé que no tiene sentido, que lo veo como mera espectadora, turista, y que regreso luego al lujo de mi hotel y en pocos días, al estado de absoluta comodidad de mi país occidental. Pero no puedo evitarlo.

Rodeados de gente muy muy bajita de estatura que nos acosan para vendernos todo tipo de objetos, nos acercamos a una casa típica donde nos espera una anciana que parece casi transparente. Nadia nos cuenta cosas de ellos, pero yo me encuentro en estado de shock y apenas presto atención. Solo miro y veo una anciana muy pequeña, de no más de 1,40 de altura, delgada, muy delgada. Pero casi todos son así y pregunto a Nadia por el posible motivo y me dice que aparte de su etnia,  también influirá su alimentación. Entramos a su casa, levantada sobre palos del suelo y con estancias abiertas. En la habitación, una alfombra raída y sucia hace de cama y algunos objetos personales o pertenencias cuelgan en bolsas que parecen hechas de hoja de plátano. Un viejo televisor, ventiladores, en otra estancia un camastro,  y lo que más me impresiona es la cocina.

Con la cantidad de objetos que tenemos nosotros,  aquí no hay nada y lo que hay, es muy básico, está viejo y sucio y su cocina es un primitivo fuego en el suelo sobre el que hay un puchero.

Después salimos al exterior donde Nadia nos sigue contando cosas junto a una anciana con la que me fotografío. Yo mido 1,60 y peso 70 kg, es decir, soy más bien pequeña, pero esta señora, a mi lado es casi la mitad. Pero goza de un estupendo humor ofreciéndose a pintarnos nuestros dientes de color negro al igual que lo hace ella, tradición de esta etnia. Ella parece más feliz que yo que no dejo de mirar alrededor y de sentirme mal.

Compramos unas pulseras y un cojín que aparentemente hacen ellas y nos dirigimos al segundo poblado, muy cerca, a escasos kilómetros.

Los Mien, o Yao, que llegaron de China y Vietnam, sobre todo en el último siglo huyendo de la guerra de Vietnam. Son grandes artesanos y orfebres. Las mujeres llevan pantalones y chaqueta negra con parches coloridos, así como turbantes, pero destacan sobre todo los collares rojos de pelo de animal. Mantienen  la influencia china en sus tradiciones y su idioma, y son polígamos según lo que leo después.

Pero ahora es como si estuviéramos en otro mundo, ya que aquí se siente menos la pobreza. 

Nadia llama nuestra atención sobre la vegetación que nos rodea: hierbas aromáticas que podemos encontrar en las comidas cocinadas del país, árboles frutales de todo tipo…parece que todo lo que se pueda comer está al alcance de la mano.

Después entramos en otra vivienda, pobre también, bueno, quizás el calificativo más adecuado sería básica. Nos muestra los curiosos insectos rinocerontes que tienen atados por el cuerno sobre un palo para que no se muevan y que deben ser una especie de juguete.



Aquí hay mobiliario, aunque sea básico, cosa que no observamos en la tribu Akha. También preparan su comida en una olla al fuego.

Leo luego algo que ya nos dijo Nadia, que esta gente son ciudadanos de segunda e incluso de tercera categoría. No poseen la ciudadanía tailandesa, lo que les priva de cualquier derecho como el resto de los ciudadanos del país. Estas minorías no pueden poseer tierras, ni ganar un salario mínimo, ni acceder a la sanidad, ni siquiera educar a sus hijos como el resto de los tailandeses.  En fin, una situación triste.

De aquí y atravesando grandes extensiones cultivadas de arroz, nos acercamos al triángulo de oro.

Estamos en la frontera entre Tailandia, Laos y Birmania y justo aquí paramos a visitar el museo del opio donde  se relata  la historia y tradiciones asociadas a su cultivo y consumo.

Y hago un inciso para contar que a lo largo de la carretera que nos acercaba a Chiang Rai hemos visto muchos controles de policía. Según Nadia buscan drogas. Su tráfico está condenado con la pena de muerte, pena que no existe para los homicidas o asesinos.  


Tras visitar el museo nos disponemos en embarcar en una lancha rápida que a lo largo del río Mekong nos acerca a la frontera Birmana para regresar sobre sus pasos y dejarnos Tonpheung (creo) en Laos donde lo único que hay son puestos y puestos y más puestos donde venden de todo, pero principalmente falsificaciones, según Nadia, buenas.  Nos muestras unos frascos donde hay licores en cuyo interior han introducido una tortuga, un pene de tigre y un lagarto y nos da a probar uno de ellos. Yo, después de los gusanos, ya me da lo mismo y bebo.

Dimos un paseo entre los puestos y compramos un bolso, una mochila y Angel una camisa.

A la hora acordada, la lancha rápida nos retorna a Tailandia donde recuperamos nuestros pasaportes. Y aquí un pequeño descuido casi pudo terminar en un disgusto o susto. Y es que cuando fuimos a desembarcar la lancha únicamente tenía un punto de sujeción a tierra, por la proa. Así, cuando fue Gerardo a desembarcar, que era el último del grupo, la lancha se había ido alejando por la popa de tierra separándose del todo. Solo sus buenos reflejos impidieron que cayera al río Mekong. Se quedó en plancha  boca abajo con los pies en el bote y las manos en el muelle. Y es que venimos observando la poca seguridad con la que se hacen muchas cosas en este país. Y si ellos no la ponen, debemos tener nosotros mil ojos.


Tocaba comer y lo hicimos en un restaurante en la parte superior de esta ciudad fronteriza que gozaba de unas estupendas vistas sobre este llamado “triángulo de oro” divisando a nuestra izquierda Birmania y de frente Laos.


Comimos estupendamente de buffet libre siguiendo los consejos de Nadia que después nos llevó a un templo donde hicimos una curiosa ofrenda a Buda. 






Teníamos que acertar tirando una moneda a una especie de embudo. Esta moneda circulaba por unos tubos que terminaban en la oronda barriga de Buda, así que allí estuvimos un rato hasta que todos conseguimos acertar con nuestra moneda.







Y desde aquí de nuevo de regreso a Chiang Rai y Nadia quiso que la excursión prevista para mañana, la hiciéramos hoy para disponer de más tiempo libre así que cerca de la ciudad tomamos otra lancha rápida, que tengo que confesar que son muy ruidosas pero divertidas, para ascendiendo por el río Mae Kok llegar a una tribu, que ya no puedo recordar cual era.









Desembarcamos y deambulamos entre sus casas y por sus calles paseando por un poblado que parecía casi de cartón piedra y que había sido construido al igual que los otros, levantando unos centímetros del suelo para evitar las inundaciones.



Poco después, atardeciendo ya, nos recogió nuestro conductor, Felipe, para llevarnos de vuelta a nuestro hotel, pero parando antes a ver un cultivo de piñas.



Me había llamado la atención ver estos extraños  campos, algunos en pronunciada pendiente de los que emergía un extraño vegetal. Cuando pregunté me dijeron que se trataba de piñas. Me quedé estupefacta. Siempre había creído que las piñas crecían en árboles. Hasta aquí llegaba mi ignorancia y tenía que satisfacer mi curiosidad. Gerardo me dijo que se planta la parte superior de la pina y que de ahí la planta se hace grande y salen unos tallos de los que germinan las piñas.Esta planta es anual y al año siguiente hay que reponer todo el campo.

Así que en la cuneta miraba y miraba aquella fruta que tantas veces había degustado y que nunca jamás hasta ahora había visto plantada.


Una vez en el hotel, repetimos lo que hicimos la noche anterior. Un buen baño en la piscina y luego una deliciosa cena al aire libre, junto al río Kok y bajo los farolillos que colgaban de un árbol, en la misma mesa. Y hoy la dosis fue mayor, quizás porque había un grupo de gente que se alojaba en el hotel y posiblemente tenían más comida.




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