Comenzamos a soñar

30 octubre domingo. Partimos

Salimos de casa con tiempo más que de sobra para tomar el avión que partía hacia Bangkok vía Dubai a las 14,30 horas pero las casi tres horas que teníamos de sobra las invertimos en la cola para facturar y en llegar a las puertas de embarque, con tren interno incluido. Primera parte del vuelo hasta Dubai estupenda en un Airbus, el mayor avión existente, cómodo y amplio.  Entre ver alguna que otra película e  intentar dormir (lo que no conseguí) y tomar un zumo allí y un tententieso acá se pasaron las 6 horas del vuelo. Así llegamos a Dubai a las 20,30 hora española; sumando tres más, la hora local, era las 23,30.

Sin mayores problemas nos dirigimos a nuestro vuelo de conexión con Bangkok –confieso que la conexión también me producía inquietud- y allí esperamos unas tres horas más y alrededor de las 2,30 o 3 de la madrugada tomamos otro air bus igual que el anterior que nos dejaría otras 6 horas después en el aeropuerto de Bangkok. Hora española las 7,30, local  las 12,30. Solo había conseguido dormir unas 2 o 3 horas en total pero aunque estaba cansada, era completamente soportable.

31 de octubre, lunes. Comienza la aventura

Recorrido: Bangkok (Klong)- Mercado del tren (Mae Klong)-Casa del Coco-Merdado flotante  (Damnoen Saduak)-Bangkok (Templo de la Aurora).

Tras los trámites de inmigración nos esperaba puntualmente un guía y conductor, guía que no hablaba español, aunque debería y que eficientemente nos condujo al hotel, al Trinity Silom, en la parte moderna de la ciudad, a donde llegamos alrededor de las 14,30. Hicimos el check-in sin mayores problemas y nos instalamos en la que sería nuestra habitación durante dos noches. Moderna, funcional, luminosa, grande pero sobre todo y lo más importante era que el hotel estaba situado  a escasos minutos del sky tren, lo que es realmente importante ya que la circulación rodada en superficie es caótica y el transporte público para acceder desde aquí al casco histórico, casi inexistente a no ser con el barco de línea que discurre por el Chao Praya.

Lo primero que hice fue ponerme en contacto con Vilai (+66 818484217  e-mail: villy33@hotmail.com  ) el guía local que recomendaban algunos viajeros en la página web www.viajeros.com  y con el que acordé a través de e-mail y whasapp  hacer la excursión al día siguiente a los mercados del tren y al mercado flotante. Era lo mejor que había encontrado entre varias posibilidades ya que la agencia me ofrecía una de todo el día que incluía también un jardín de rosas por la tarde en el que no estábamos interesados y con un precio bastante elevado. Ir por nuestra cuenta supondría molestias e incomodidad así como lentitud a la hora de combinar los dos sitios, y la posibilidad de acercarnos a la calle de los mochileros para contratar una barata no era posible ya que no había tiempo material para hacerlo.

Pero ya en el hotel Vilai no contestó ni mis whasapp ni mi llamada lo que me puso algo nerviosa pero tan solo un poco después recibí una llamada suya acordando la hora de recogida para la excursión de mañana. He de añadir que cuando hablamos de precio, me resultó elevado, pero luego él mismo me ofreció la posibilidad de únicamente contratar el servicio de taxi, sin guía, y el precio me resultó aceptable. Además tenía la garantía de entenderme con él a través del conductor si durante la excursión tenía alguna duda o surgía algún imprevisto, lo que no era posible si contrataba un servicio de taxi en la propia capital. Y una garantía adicional de que me darían lo que yo pedía. Y es que hay mucha literatura sobre lo que el turista pide y quiere y lo que los tailandeses dan y a veces la diferencia es considerable y no solo es dinero lo que se puede perder, si no algo más valioso como el tiempo.

Aclarado todo, nos preparamos para salir a hacer una excursión por los klong. Era lo menos cansado que podíamos asumir. Pero primero tratamos de encontrar alguna oficina donde poder cambiar moneda, lo que resultó algo complicado. Alguien nos dijo que en el sky tren así que  tras unos breves momentos algo confusos en los que no conseguíamos orientarnos, llegamos a él, a la estación Chong nonsi . Pero la oficina de cambio estaba dentro y no teníamos dinero para acceder. Tuve que explicárselo a la cajera y permitió la entrada solo a uno. Allí cambiamos inicialmente 200 euros para lo que me pidieron el pasaporte. El original estaba a buen recaudo en la caja fuerte del hotel –consejo de la agencia- y llevaba una fotocopia que presenté y sin mayores problemas obtuve el cambio.

Así nos dirigimos a lo largo de la Sathon Tai Road hasta la parada de Saphan Taskin, junto al Rio y allí preguntamos por lo que nos costaba un paseo de hora y media por el klong en la zona vieja de Bangkok en los barcos llamados “long tail boat” o “barcos de larga cola”. Empezaron por 1600 baths pero ya había tomado nota de que el precio adecuado era 1000 baths así que llegamos a un acuerdo. 

El paseo nos llevaría durante media hora por un klong a sur de la ciudad y durante una hora más por la parte más cercana al casco viejo.

La lancha rápida dejó el gran río para internarse en otro lateral que nos fue conduciendo por un paisaje único, sorprendente, distinto. 

Mirado con nuestros ojos occidentales aquello era sucio, pobre, desordenado, …pocas casas de ladrillo, muchas de madera o cualquier otra cosa que pudiera servir para hacer una pared o techo, ropa colgada, objetos por todos los sitios y de forma desordenada, de vez aparecía algún templo, o casas aparentemente de mejor calidad, o nuevas, pero todo mezclado. 

Es, otro concepto, algo distinto que no soy capaz de juzgar o calificar. Es su forma de vida y desconozco si es mejor o peor que la nuestra.

Por estos canales leí que Bangkok se ha ganado el nombre de "Venecia del Este". Es curioso, a toda ciudad que tiene canales, le plantan el nombre de “Venecia” y luego el apellido del lugar específico. Así Amsterdam es la “Venecia…del norte”.

Antiguamente los Klongs fueron usados, además de para ocuparse de las aguas residuales de Bangkok, para el transporte de mercancías y personas y para la venta en los mercados flotantes. Hoy en día la mayor parte han sido reconstruidos como calles y solo quedan estos, en la parte oeste del río Phraya por donde navegamos. 

En un momento determinado nos vimos agrupados con otras barcas que llevaban turistas y que esperaban a que se abriera una especie de exclusa para poder pasar al otro lado. Algunos aprovecharon para agrupar turistas, y una pareja hizo el trasvase a nuestra barca.

Entramos de nuevo al río Phraya un poco más abajo del templo de la Aurora y bajamos, primero dejando a nuestra improvisada pareja y luego hasta nuestro punto de partida.

Fue un viaje alucinante, por un mundo nuevo para nosotros, que intentaba solo aproximarnos a la realidad que iríamos descubriendo a lo largo de los días en que estaríamos en Bangkok y viajando por el país. No es elegante, ni exquisito, es, lo que es. Real y hay que conocerlo.

Cayendo ya la noche un poco después de las 18,00 deshicimos el camino para regresar al hotel.  Localizamos un restaurante en la calle principal, en Sathon Tai. Había poca gente pero tenía buen aspecto. Estábamos prevenidos en cuanto a comer cualquier tipo de comida en puestos callejeros, así que no queríamos jugárnosla y mucho menos el primer día, y pese a ver muchos de estos puestos en los que se vendía comida, decidimos cenar aquí.

Afortunadamente tenían fotografías de los platos y elegimos con la vista, pero aún así nos encontramos con una pequeña sorpresa y es que en uno de los platos de ensalada había raspas de pescado, como espinas pequeñas y piel. Nos miramos y nos dijimos que esto lo hubiéramos tirado en casa, pero estábamos abiertos a nuevas experiencias así que nos lo comimos. Y estaba bueno, y lo hubiera estado mejor si no nos hubiera funcionado tanto la “cabeza”. Estaba claro que si queríamos disfrutar del viaje deberíamos deshacernos en la medida de lo posible de muchas ideas preconcebidas sobre muchos aspectos.

A las 22 horas, casi desmayados, nos metimos en la cama hasta las 6,30 del día siguiente.

1 de noviembre, martes. Un mundo alucinante.

Sonó la alarma del teléfono. Habíamos dormido casi de un tirón. Nuestra cita con el Sr. Pichai, el conductor que nos envió Vilai para hacer la excursión a los mercados, era a las 7,00 de la mañana y un señor impecable estaba esperándonos puntualmente en el lobby del hotel. Tomamos nuestras bolsas de desayuno (abrían a las 7 horas la cafetería del hotel) y mi primera duda quedó despejada. 

Nuestro taxi era un vehículo nuevo, Toyota, por supuesto, cómodo, amplio, limpio y con aire acondicionado. Antes de subir hablamos por teléfono con Vilai para cerrar todo con el aviso de que si necesitábamos hablar con él utilizáramos el teléfono del conductor.

Y nos encaminamos por las atascadas calles de la ciudad hacia Mae Klong de donde nos separaban unos 100 km. En nuestro recorrido por autovías seguimos contemplando estampas del país y dejamos atrás unas salinas a cuyo borde vendían paquetes de sal y que nuestro conductor trataba de explicarnos con palabras sueltas en un inglés muy rudimentario.

Llegamos a las 8,30 a Mae Klong. El sr. Pichai después de aparcar, nos llevó al mercado por donde estuvimos paseando.

Parecíamos estar en un escenario surrealista, caminando por las vías del tren, de un puesto a otro donde vendían principalmente alimentos de todo tipo. Vimos mucho pescado, frutas extrañas, y de refilón un puesto de insectos pero la hora, las 9, se echaba encima y nos dispusimos a tomar posiciones. Oímos los altavoces, suponemos que anunciando la llegada puntual del tren y poco a poco los dueños de los puestos fueron recogiendo sus toldos, pero con mucha tranquilidad. Lo que había visto en algún video en que lo recogían al vuelo, no lo veía aquí.

Vemos como el tren se aproximaba lentamente. Era todo tan extraño que me parecía no estar allí. 

Solo porque lo había visto antes a través de internet y coincide con lo que ahora contemplo,  me parece un escenario más real.

El tren  se abre paso entre los puestos y pasa a escasos metros de todos nosotros acabando unos metros adelante, en la estación.




Entonces deshacemos el camino que habíamos hecho sin perdernos nada de todos los productos que se ofrecen en los puestos fascinados por todo lo que vemos, productos que no somos capaces de reconocer, otros que conseguimos identificar, colores,  formas, … hasta llegar a la carretera donde el sr. Pichai nos espera. Caminamos con él unos metros más hasta la estación y hasta al final de ésta. Sacamos fotos por aquí y por allá y nos acercamos al río.



Nuestro conductor nos da a elegir entre ver partir de nuevo este peculiar tren en media hora o irnos camino del mercado flotante. Elegimos marchar. Aún no sé como conseguimos entendernos ya que él decía alguna palabra que otra en inglés, pero pocas y a veces de difícil comprensión, pero lo cierto es que lo hicimos.

De nuevo en el taxi, el sr. Pichai nos tenía preparados unas botellas de agua, un paquete de patatas fritas y unas toallitas frescas. Todo un detalle. Nos sentíamos algo parecido a como deben de sentirse los ricos.

Y de camino hacia el mercado flotante paramos en la casa del coco. No estaba previsto pero fue un regalo que aceptamos encantados. Todo nos resultaba nuevo y curioso. 
Visitamos una casa tradicional, en medio de lo que casi era un vergel y nos contaron en inglés lo que sacaban de los cocoteros, prácticamente todo: su líquido, alimento, utensilios,…. De la flor, azúcar… etc. 

Luego visitamos la casa completamente abierta al exterior, no existen puertas y las estancias son amplias, todas en madera.

Del corredor cuelgan orquídeas y ya en su interior el Sr. Pichai, -después de degustar un suculento desayuno mientras que nosotros visitábamos el exterior-, trata de hacerse entender mostrándonos el pequeño altar de la casa y fotografías. En una que debe tener a toda la monarquía del momento identificamos en un extremo  a la reina Sofía.

Dejamos la casa para parar un poco después junto a la carretera en un pequeño aparcamiento donde esperaban barcas. Él negocia el precio y menciona a Vilai. Tomamos un bote  y quedamos con él en el mercado flotante de Damnoen Saduak

Iniciamos otro viaje también algo surrealista, -aunque aquí todo me lo parecía-, hacia el mercado internándonos por canales de aguas oscuras y casas o más bien casuchas que aparecen a un lado y a otro mostrando la vida de sus propietarios: ropa tendida o sencillamente guardada, barcos elevados mientras que esperan a que sus propietarios se introduzcan en ellos para deslizarse por este laberinto de canales, y cosas, muchas cosas, dispersas por todos los lados, desordenadas, algunas sucias…



Y entramos en el mágico mercado flotante donde los puestos se abren a ambos lados del canal. Sus propietarios están  sentados con los pies en un taburete lo que les permite mantenerlos secos, o con botas de agua. Esta les llega una cuarta por encima de los talones.

Fascinados, nuestra barca sigue avanzando, internándose en este mundo fantástico, casi onírico y comienzan a aparecen barcos que se mueven con todo tipo de cosas que venden, incluyendo alimentos de todo tipo. Algunos los cocinan allí, pero lo que más me hechiza son las gentes, algunas de mucha edad, con sus sombreros, sus arrugas, cocinando, vendiendo. Y me siento atrapada. No quiero comprar nada. Solo quiero ver, mirar, atrapar estas instantáneas llenas de vida y color en mi memoria.

Nos ofrecen unas tortitas que rechazamos, pero al estar hechas se las regalan a nuestro conductor quien a su vez nos la ofrece. Ahora no podemos rechazar este regalo y  pese a nuestra aprensión inicial las probamos. Son una especie de tortitas rellenas de coco con algo dulce. Está muy buena y el sabor solo se parece a algo que conozcamos.

Me siento desbordada por todo lo que me rodea, lo que veo, lo que huelo, lo que saboreo…lo que siento.




















Nos acercamos al punto de encuentro con el Sr. Pichai, pero no está, así que esperamos un poco viendo esta especie de caos de barcos pasando lentamente de un lado a otro, tanto de vendedores como otros llenos de turistas. No nos importa, estamos fascinados. Luego damos otra vuelta para encontrarle en otro sitio.





Desembarcamos y vamos detrás de él. Ahora paseamos por el mercado andando y nos hacemos algunas fotos en los puentes que atraviesan estos canales. Nos regala un plato de arroz con una especie de gelatina dulce y mango. Está muy bueno también. Nuestro conductor nos da unos minutos libres, los que nosotros queramos, pero no teníamos intención de comprar ya que el propio Vilai nos había aconsejado hacerlo en el norte del país, en Chain Rai o Chain Mai, así que nos dimos unos 20 minutos para perdernos por alguno de los puestos.





Compramos un par de bolsas de fruta y solo recuerdo una, la mangostana, por resultar exquisita y ser también una fruta que según me dijo Angel diariamente el rey de Tailandia enviaba al reina de Inglaterra.

Buscamos a nuestro atento Sr. Pichai para iniciar el regreso a Bangkok y decidimos ya cerca de la hora de comer que nos dejara en el centro, en Khaosan, el barrio mochilero por excelencia ya que Vilai nos dijo que junto al templo de la Aurora, nuestro siguiente destino, no había casi ningún sitio donde comer.

Y allí nos quedamos, en una calle caótica, con tiendas por todos los sitios de las que colgaban multitud de objetos distintos y mucho occidental y jóvenes mochileros. A veces era difícil caminar. Y calor.

Decidimos buscar un sitio donde comer y lo encontramos sin gran dificultad.

Como tienen fotografías de los platos no resultaba muy difícil decidirse así que en una mesita en la calle, con un buen ventilador al lado, degustamos nuestra comida que solo nos costó 500 bath (unos 12 euros los dos). Y la anécdota del momento: unas jóvenes que comían al lado al ver un plato rompieron a reir y lo señalaban preguntando a un turista de la mesa cercada que qué era eso. Se levantó lo miró y se encogió de hombros. Ellas, riendo aún, se lo comieron.

Ahora teníamos que ir hacia el Templo de la Aurora y nos dijeron que estaba lejos, que deberíamos tomar un tuk-tuk. Frente a nosotros teníamos uno. Pactamos 180 bath (casi 5 euros) y cerramos el trato.

Calor, polución, atascos,…creo que pasamos cerca del palacio real ya que había mucha van, taxis y policía. El conductor  nos dejó en un fondo de saco donde intentaron vendernos una excursión por los klong pero les decimos que no, que solo queremos cruzar el río cosa que ellos no hacen y nos damos la vuelta. El conductor del tuk-tuk lo ve y al preguntarnos nos sube de nuevo y nos lleva hacia el ferri. Y menos mal porque había 5 o 10 minutos andando.

Una vez allí nos toca enterarnos, ordenarnos en este caos de carteles e información. Compramos los billetes del ferry (3,50 bath unos 10 céntimos de euro) y vamos al muelle donde nos espera ya el ferry. Cuando se llena cruza el río y nos deja en la otra orilla donde deambulamos admirando la belleza de este templo blanco o casi blanco que eleva estas construcciones que a nuestros ojos son tan extrañas y hermosas a la vez.

Lástima no poder ascender a su torre principal (prang) de casi 90 metros por unas empinadas escaleras  ya que había leído que se contemplaban unas hermosas vistas de la ciudad. Esta torre representa el monte Meru, el centro del Universo y morada del dios Shiva en la simbología budista mientras que en las cuatro esquinas se levantan cuatro  pequeñas torres laterales que albergan estatuas del dios del viento (Phra Phai) y que resaltan aún más la belleza arquitectónica de este impresionante lugar.

Este templo es uno de los más simbólicos del país, uno de los más venerados y también uno de los más bonitos. Es de color blanco y está decorado con conchas y trozos de porcelana china  que antiguamente sirvieron como lastre para los barcos mercantes.

Bajamos, subimos, vamos de un lado a otro, entrando y saliendo de los distintos edificios que componen este templo. Todo es tan nuevo, tan extraño y a la vez tan hermoso….Y soy además consciente de que no puedo verlo con los ojos de un occidental. Es un ejercicio extraño y a la vez apasionante, como el país en sí. El cielo por momentos se cubre de nubes grises que aunque restan luminosidad al día, resaltan con el blanco de las extrañas construcciones.





Decidimos regresar para lo cual tenemos primero que tomar el ferry y en el mismo muelle está la parada del barco-bus, bandera color naranja, que nos llevará hasta el puente junto al que se encuentra la parada del sky-tren de  Saphan Taskin que nos traerá de vuelta en poco tiempo a nuestro hotel.

Siempre he dicho que lo más complicado de las grandes ciudades es manejarse en transporte público. Yo dediqué horas a estudiar el mapa de la ciudad con su red de transporte público y principales lugares turísticos a visitar (lugares que no estaba previsto visitar  en una  excursión concertada).  Vi que el casco histórico estaba mal comunicado ya que no se accede a él ni por sky tren ni por la única línea de metro que tienen. Lo único más cercano era el barco-autobús. Pero moverse luego por el interior de este casco, desplazarse, era complicado por lo que casi lo único que quedaba era un tuk-tuk o taxi, lo que a su vez parece complicado dado los tremendos atascos que parece soportar esta gran urbe de 10 millones de habitantes.   Pero hasta ahora nos habíamos apañado bien con el barco.

Ya  cerca del hotel habíamos visto la noche anterior un restaurante tailandés que tenía muy buena pinta, y allí cenamos, estupendamente y por unos 500 baths (12 euros), en el interior, ya que disfrutábamos de aire acondicionado. Y sobre las 21,30 o 22h estábamos en la cama preparándonos ya para comenzar nuestro tour al día siguiente hacia el norte del país.



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