Sintiendo al gigante

6 de noviembre, domingo.

Recorrido: Chian Rai-Campamento de elefantes-Chian Rai

Noche fantástica y cuando abrimos las cortinas de la habitación descubrimos a nuestros pies la ciudad y frente a nosotros la montaña donde se encuentra el  wat doi suthet.

Nos vestimos preparados para la excursión de hoy, los elefantes, los gigantes.

Y allí llegamos una hora después de partir de la ciudad. Pudimos comprobar que había muchas señales indicando otros campamentos de elefantes. Como setas.

Nada más llegar nos dirigieron para tomar nuestro “medio de transporte”. Nos esperaban nuestros elefantes a los que subimos por una especie de plataforma que salvaba su altura accediendo fácilmente a nuestras sillas. Yo le pregunté a nuestro guía si podía subir donde estaba él, en la cabeza detrás de las orejas, ya que estaba empeñada en poder sentir el contacto directo de la piel del elefante con la mía, pero me dijo que luego –supongo que se lo diría a todas las locas como yo-.

Una vez que nos subimos en aquella especie de sillones bastantes incómodos nos pusimos en marcha y lo primero que hicimos fue cruzar un enorme río.



La altura impresiona, pero sobre todo el traqueteo de nuestro animal ya que según Gerardo, debía de “ser el padre de todos los demás” con unos enormes colmillos y de estatura considerable. Eso daba como resultado que los trancos o pasos que daba el animal fueran más grandes y por tanto nos zarandeáramos bastante más que el resto de nuestros compañeros que parecían ir de paseo y no moverse nada. A Angel no le gustaba nada. No se sentía cómodo, pero después de cruzar el río consiguió poco a poco relajarse y “adaptarse” en la medida de lo posible al paso de nuestro animal.



Así después de cruzar pausadamente el río nos internamos por una senda que discurría por la selva y el poblado donde posiblemente habitaran las familias encargadas del cuidado de los elefantes. Viviendas de madera y cañas levantadas sobre el suelo unos metros para evitar, supongo, el agua de las lluvias.



Nuestro amaestrador comenzó a entonar “un elefante se balanceaba…” en un castellano algo rudimentario pero con un tono muy divertido. Luego hacia algún comentario de “ohhhh my god” u “ohhh my Buda”, provocando nuestra sonrisas.

Tras unos 15 minutos, dimos la vuelta. Nuestro guía gritó “¡araña!” y yo, visto el tamaño que tenían por esas tierras, no sabía donde meterme. Él se volvió riendo sujetándome la pierna. Lo volvió repetir unos minutos después pero esta vez le saqué la lengua riéndome con él.


De vuelta otra vez a ese enorme río que cruzamos, paseando  a lo largo de  él hasta regresar al campamento.


Me gustó la sensación que experimenté subida en estos gigantes, percibir su altura, la seguridad. También me sobrecogí al ser consciente de mi propia vulnerabilidad ante su tamaño y fuerza. Si un animal de estos se descontrola, creo que es imposible salir ileso del percance. Yo he experimentado a lomos de un caballo la sensación de pérdida de control, de que son ellos quienes, por el breve tiempo que sea, toman el mando de la situación y solo puedes emplear tus fuerzas en recuperar el control perdido y no caerte o, peor aún, tirarte ante la indefensión y el pánico que provoca.  Y solo pesan 300 o 400 kg (10 veces menos). Pero era más el placer que el temor ante lo que era improbable que ocurriera. Pero no me gusto toda la “artificialidad” que lo rodea, el nulo contacto con el animal. Pero, era lo que había.


Sintiéndonos mortales de nuevo, con el pie ya en tierra, nos permitieron movernos libremente entre los elefantes  que estaban siempre bajo el control y atenta mirada de  sus amaestradores.

Y llegó lo que nos dijeron que les gustaba más: el baño. Así que un grupo de elefantes, con sus amaestradores o mahout, se dirigieron al río. Y realmente parecían disfrutar, tumbados, de pie, andando. Y los mahout eran realmente hábiles para no dejarlos sueltos y no mojarse, así que escalaban, andaban y se movían por todas las partes del cuerpo del elefante para evitar bañarse con ellos.



Una experiencia muy bonita, pero con lo que vino después disfruté mucho más ya que, a pesar de que no me dejaron subirme en ellos, sí disfruté de su cercana presencia, los pude tocar, acariciar, sentir su piel, dura, áspera como el cartón piedra o la lija, y sentir la fuerza de su trompa cuando me abrazaron así como también el efecto “aspiradora” en mi mejilla cuando uno de ellos, bebé aún, puso su trompa en ella y aspiró semejando darme un beso.


No me importó que me ensuciará ni pensé en que si se le “iba la olla” cuando me estaba abrazando no se iba a llegar a tiempo para que no me partiera el cuello en un segundo.



Y Angel también disfrutó. Estaba relajado, tranquilo, disfrutando de su cercanía.

Gerardo le compró un enorme biberón al bebé elefante que tenía apadrinado Nadia, biberón que se bebió en segundos.

Algunos turistas se hacían fotografías sentados en sus trompas. Nosotros preferimos disfrutar de otra forma de ellos. Solo con tenerlos cerca, con poder tocarlos, sentir su fuerza, su grandeza, me daba por satisfecha.

Luego nos invitaron al espectáculo, lo que menos me gustó. Parece que aquí trabajan los elefantes más inteligentes dejando a los más torpes el paseo de turistas.



Así salieron un grupo de ellos, tiraron penaltis hasta meter la pelota en una portería, hicieron algunas “gracias” típicas de circo, escenificaron lo que supongo que había sido su trabajo ancestral, como era el arrastrar troncos y moverlos y luego ya lo que al parecer es el número estrella: pintar un cuadro, así que sobre un caballete en el que había unas grandes hojas,  sus amaestradores les iban dando los pinceles con los colores y ellos elaborando una pintura libre.

El elefante que teníamos más cerca pintó un elefante. Yo observaba y veía que su amaestrador lo tenía agarrado de algún sitio cercano a la boca, del colmillo, o de ella, y supuse que dirigía sus movimientos pero Nadia me dijo que pintaban lo que querían. Cosa que no me creí mucho.

Literatura que consulté después me confirmó este extremo: Al parecer el cuidador con su mano en la oreja del elefante, guía sus movimientos. Así le indica con diferentes señas que ya le ha enseñado previamente qué tipo de líneas debe trazar.

Sinceramente, no me gusta este tipo de espectáculos. Disfruto más  cuando los animales hacen…cosas de animales y no cosas humanas. Supongo que acarrear troncos no es muy natural, pero creo que lo es más que jugar al futbol o pintar cuadros, aunque Nadia me haría la pregunta :”Tú sabes cómo piensan los elefantes? Tú no sabes”. Y puede que tenga parte de razón, pese a toda la literatura y oposición que hay a este tipo de lugares.

Tras comprar la fotografía que inmortalizaba nuestro paseo y deambular por las instalaciones viendo los carros de los bueyes y los lugares de descanso  de los animales, dejamos este campamento para acercarnos a la granja de orquídeas.

 

Algunas reflexiones: No quiero concluir el relato de este breve contacto con estos magníficos animales sin reflexionar sobre ello, o lo que se dicen sobre estos campamentos de elefantes. Y después de haber leído algunas opiniones y haber vivido esta experiencia, aun no tengo una opinión formada y aún no sabría definir con claridad  cual de las opciones es la mejor.

Hay quien se plantea una sencilla pregunta ¿Cómo ha llegado un animal de 5 toneladas a obedecer tan mansamente a un hombre de 80 kilos?. Dicen que la respuesta está en el maltrato y crueldad.

Hablan de una tradición centenaria llamada “phajaan” consistente en “partir el espíritu” a los elefantes. Según esto, a los 4 años separan a las crías de sus madres y se les aisla para asegurarse de que pierden su dependencia y se vuelven sumisos a los humanos.  Durante este periodo que puede durar hasta 7 dias, el pequeño elefante es encerrado en una jaula que se adapta a sus medidas impidiendo que pueda ni siquiera sentarse.  Y dicen que no sólo se les priva de comida, bebida y sueño, sino que varios hombres le golpean con frecuencia haciendo uso de un bastón con un clavo en la punta que dejan caer sobre zonas sensibles como ojos y orejas. Cuanto más lucha el pequeño elefante, más se le golpea.

Después de superar el Phajaan el elefante queda aterrorizado, confuso y “roto”. Y aún le quedarán por delante semanas o meses de “entrenamiento” durante las cuales aprenderá a obedecer las órdenes de los hombres, a los que temerá de por vida pues, como sabéis, un elefante nunca olvida.

Esta tradición es centenaria en Tailandia. Los elefantes se han domesticado así desde siempre, desde los tiempos en que eran especialmente útiles para el trabajo y ni siquiera se sospechaba que algún día “servirían” para otra cosa. Es una costumbre arraigada y respetada que no es concebida como cruel, sino como necesaria. Actualmente algunos tailandeses empiezan a desmarcarse de esta “técnica” y se están empezando a promover tímidamente nuevas formas de adiestramiento que no requieren violencia.

Aquí estaría enmarcado el Elephant Nature Park -en contraste con el campamentos que visitamos nosotros-, donde dicen que el elefante es respectado como animal salvaje.  El objetivo de este centro es devolver a los elefantes a la libertad y cuidar de aquellos que ya no puedan valerse por sí mismos. Todos sus elefantes han sido rescatados tras ser víctimas de crueldades en otros campos o en circos. Algunos de ellos volverán a la naturaleza aunque la gran mayoría, por desgracia, tendrán que vivir allí para siempre. Lo que se paga para visitar este parque es para que estos animales puedan ser libres algún día o, al menos, para que reciban las mejores atenciones posibles y el turista realiza las actividades diarias de los elefantes con ellos.

Por otro lado están los campamentos de elefantes como el que visitamos nosotros, donde estos animales están destinados al entretenimiento del turista, con paseos o exhibiciones.

Al margen de que personalmente me hubiera gustado más la visita al Elephant Nature Park, lo que pudimos ver en este campamento es que los animales estaban bien cuidados y atendidos. Lo que hay por detrás, creo que no lo sabremos.


No obstante los propios tailandeses dicen que todos los campamentos de elefantes, se vendan como lugar de elefantes rescatados o como ONG’s cuyo objetivo es preservarlos y que tengan la mejor vida posible, son un gran negocio. Afirman que pensar que alguien en Tailandia se dedica a cuidar a Elefantes únicamente por amor a los animales y sin ánimo de lucro es desconocer completamente la mentalidad de los tailandeses. Así dicen que estos lugares que abanderan la defensa de los elefantes y el respeto a los animales, son tan negocio o incluso más que cualquier otro campo de elefantes, ya que estos centros son los más caros. Y de cualquier forma, gracias a los turistas quieren disfrutar de los elefantes en Tailandia todavía no se han extinguido (ojo con este argumento que es uno de los que esgrimen los protectores de las corridas de toros). Si estuvieran en libertad en la selva ya no quedaría ninguno porque los furtivos los cazan por sus colmillos igual que ocurre en Africa. Y aquí también se plantea el problema de su sostenibilidad, primero porque cada vez tienen menos espacio para estar en libertad ya que el propio ser humano les está limitando y segundo por la gran cantidad de alimento que necesitan ingerir.

Así muchos tailandeses dicen que pensar que algunos campos de elefantes se dedican solo a preservarlos es tan ingenuo como pensar que en otros existe un maltrato sistemático para domarlos.  Cada elefante es un bien preciado para cualquier campo de elefantes y por tanto, su interés está en cuidarlos. 

En realidad cuando pensamos en los elefantes, en su uso actual y ancestral, en su adiestramiento, debemos compararlo con los caballos en occidente. Si el cuidador del elefante o mahout lleva un gancho para darle órdenes (no vimos utilizarlo en ningún momento) es para controlarlo ya que la piel del elefante tiene 7cm de grosor. Se utiliza para que obedezca y responda cuando es necesario. Similar a las espuelas, fusta o bocado de metal que nosotros utilizamos para controlar los caballos. Además, dicen que TODOS, todos los cuidadores de elefantes sea en el campamento o campo que sea, utilizan estos instrumentos. El elefante en Tailandia ha sido utilizado para el trabajo en el campo y para la guerra, al igual que el caballo en occidente.

En cuanto a montarlos o no, sería el mismo planteamiento para los caballos, es más, éstos hacen un mayor esfuerzo que el elefante.

Domar un caballo o un elefante tiene el mismo objetivo: doblegar su espíritu. Y lo mismo podemos decir del adiestramiento de otros animales como perros, bien para la caza, para animales de compañía o para servir a invidentes. Y pocos se plantean esto mismo con animales como delfines, focas o cualquier otro mamífero que hace las delicias de niños y adultos en un zoo, acuario o algo similar.  O sencillamente, sin adiestrarles, únicamente privándoles de su libertad como cuando los encerramos en un zoo o en un “safari park”. 

Y una vez pasado el  POR QUÉ hacemos esto con ellos, creo que la llave está en CÓMO se adiestra a estos animales  y sobre todo, COMO se les cuida, y esto último dependerá de cada Mahout y no de las actividades que desarrolle cada elefante.

Así que, personalmente puedo decir que si yo  tuviera que hacer una elección la haría sin tener en cuenta esta polémica que no deja de estar marcada por cierta “doble o falsa moral” que parecemos practicar con los elefantes aquí, y no con otros animales en occidente. Seguramente elegiría un campamento donde el elefante hiciera “más vida de elefante” y evidentemente, pasear turistas, jugar al futbol o pintar, no son actividades propias de elefante, como no lo es tampoco arrastrar troncos. Pero tampoco es propio de caballos  jugar al baloncesto  (horseball), el salto de obstáculos, o hacer “figuritas” de doma, o saltar y hacer piruetas en los delfines encerrados en un acuario gigante para complacer a niños y adultos, y no hablemos de los toros de lidia e incluso de algo tan desconocido como las gallinas ponedoras que desde su nacimiento hasta su muerte no conocen nada más que una triste jaula de la que no salen nunca. 

En este caso eligieron por mi y los tailandeses dicen que visitar estos campos ayuda a que no se extingan, y quizás tienen razón los que afirman que si se quiere ser un defensor de que los animales únicamente vivan en libertad y ser consecuente con esto, no se debería acudir a ningún campamento de elefantes, ni hacer ninguna actividad con estos animales en ningún lugar. 

Hecho lo hecho, y dicho lo dicho, creo que no se debe prescindir de tener un contacto con estos animales tan magníficos e impresionantes y que la experiencia no dejará indiferente a ningún occidental. Pero sí deseo resaltar que lo que más me gustó, con lo que más disfruté, sin duda alguna, fue con la contemplación de su baño y con el contacto directo con ellos, tenerlos a centímetros de mi, poder mirarlos, reflejarme en sus enormes ojos, acariciarlos,…lo que vino después…sobró.

Marcada aún por esta experiencia, nos dirigimos hacia una “granja de orquídeas”. 

Hace pocos años que me he aficionado a estas flores tan exóticas y hermosas, pero…no consigo cultivarlas. Solo disfrutarlas por un breve espacio de tiempo.

Aquí Nadia nos explicó algo sobre estas hermosas y apasionantes  flores para luego dejarnos disfrutarlas en un impresionante jardín.  

Distintas flores, formas, colores y tonos se combinaban allá por donde miráramos y la gama parecía infinita: morado junto al amarillo con manchas naranjas, rosados, rojos, azules, morados, grandes, pequeños…una lujuria para los ojos….una borrachera para los sentidos

Y de ahí pasamos al mariposario donde nos sorprendió sobre todo una mariposa nocturna de gran tamaño. Cada ala era como mi mano. 

Pero había más. Si ésta era de tonos oscuros, otras, también de gran tamaño, estaban pintadas de tonos anaranjados y rojizos. También las había de más colores, pequeñas en tonos blancos, amarillos y naranjas. Todas  revoloteaban aquí y allá agitando nerviosas sus alas en una danza mágica y hechizante. 

Otras  movían lentamente sus alas posadas sobre un plátano. Todo esto en medio de un hermoso jardín por el que paseamos un poco antes de disfrutar de nuestra, como siempre, deliciosa comida.

Y después y aunque no estaba previsto, Nadia y Felipe, a petición de Gerardo, nos llevaron a un sitio de artesanos de la madera. Allí descubrimos como un operario se afanaba en vaciar una plancha elaborando una ventana o puerta  donde se descubrían ya unas formas de una  belleza espectacular. Era domingo y por la tarde, así que preguntamos en tono jocoso que dónde estaba el “convenio colectivo”. Nadia respondió que no había. Pero también era cierto que Gerardo preguntó si el “peluco” dorado que llevaba era de oro, y Nadia respondió afirmativamente.

Luego paseamos por el almacén con la intención de comprar algo, pero lo precios eran muy europeos. Totalmente prohibitivos, así que nos dispusimos a partir a nuestros distintos hoteles y despedirnos de los que durante 6 días nos habían guiado y conducido por este país. 

También nos despediríamos de Antonia y Gerardo, quien se habían mostrado como unos estupendos compañeros de viaje para nosotros, aunque intercambiamos direcciones electrónicas y teléfonos para un encuentro futuro. No así ocurriría con Felipe, nuestro conductor y Nadia, nuestra exótica guía. Así que llegados al hotel, le di un beso y un abrazo a nuestro conductor, -previa pregunta y permiso a Nadia ya que había leído que no les gustaban las manifestaciones afectivas en público-, y otro abrazo y otro beso a Nadia. Siempre, siempre, formarán parte de mi historia.


Nos hicimos una fotografía a la puerta del hotel –que todo hay que decirlo, salio movida- y nos invadió una sensación de desamparo. Durante estos días nos habíamos sentido cuidados  y acompañados por Nadia y Felipe que en todo momento se habían ocupado de nosotros, atentos a cualquier cosa. Ahora  nos quedábamos solos.








Y es que inicialmente según la ruta, hoy teníamos la tarde ocupada y mañana a primera hora volaríamos de regreso hacia Bangkok. Pero yo había leído que Chiang Mai tenía muchas cosas que ver así que cuando contraté el viaje decidí disponer al menos de una mañana para pasear tranquilamente por la ciudad visitando alguno de sus templos por lo que solicité a la agencia un cambio de vuelo y en vez de partir por la mañana, lo haríamos en un vuelo a las 17 horas que nos dejaría en la capital, Bangkok, una hora después.


Chiang Mai, conocida como la Rosa del Norte de Tailandia es la ciudad más importante del país después de Bangkok a unos 800 km de ésta. Tiene más de 300 templos y una zona amurallada rodeada por un foso que constituye su casco histórico con cuatro puertas principales. Además se caracteriza por tener numerosos mercados donde se puede observar la vida diaria de los tailandeses que la habitan.


Al haber terminado nuestro tour antes de lo previsto disponíamos  ahora de toda la tarde, además de la mañana siguiente. Así que sin perder tiempo hicimos nuestro plan de visita: elegimos el punto más alejado, el templo de Chian Man   a donde nos desplazamos esta vez en tuk tuk, para después acercarnos al centro de la ciudad, principalmente porque se celebraba un mercado nocturno. Si el del sábado era fuera de las murallas, el del domingo era dentro de ellas.


Wat Chiang Man es el templo más antiguo de la ciudad amurallada construido en el siglo XIII y su edificio más antiguo es el precioso Chedi llamado Chang Lom ( Chedi de los Elefantes) de base rectangular y que soporta una estructura de piedra rodeada por quince esculturas de elefantes.




El Viharn es también de gran importancia. Tiene dos figuras de Nagas(Serpientes)  en la escalera de entrada y alberga el impresionante Buda, construido en piedra en Sri Lanka hace más de 1000 años, altamente venerada. La otra figura importante de Buda es  el pequeño  Phra Sae Tang Khamani. Hecho en cuarzo y que se conoce también como el Buda de Cristal y que se cree que data del siglo XIII .El último edificio de interés es el “Ubosot”o hall de ordenación de los monjes exquisitamente decorado y tallado en madera pintada en colores ocre.Delante de este hall hay una piedra en la que está inscrita el año de fundación de la ciudad de Chiang mai(12 de Abril de 1296).

Orientarse en un poco complicado ya que no encontramos los carteles con los nombres de las calles y cierta sensación de caos se apodera de nosotros, aunque yo creo que es más desamparo al encontrarnos sin la protección de Nadia y nuestro pequeño grupo. Pero poco a poco conseguimos centrarnos y orientarnos, identificando el monumento a los tres reyes cercano al que se encontraba nuestro siguiente templo, el Wat prha Singh , a donde conseguimos llegar no sin cierta dificultad ya que estaban montando los puestecillos para el mercado.  


Fue construido en el siglo XIV y alberga a más de 700 monjes. Está compuesto por diferentes construcciones, la más interesante e importante es un pequeño hall llamado Viharn Lai Kham y que alberga la figura de Buda León aunque su cabeza fue robada en 1922. Otro edificio interesante es la Librería, construida en 1477 y fácilmente identificable  por su base en piedra blanca para evitar daños por inundaciones.

 

Tras visitar este hermoso templo y siendo ya las 18, hora de cierre, decidimos comenzar con el tiempo de mercado.





Sorprendentemente volví a encontrar un puesto cuyo dueño tenía como mascota un diminuto lémur o algo parecido más pequeño que mi mano  que vivía en un pequeño tarro de barro  y al igual que el día anterior, no pude resistir la tentación de…tocar, y en mi cabeza resonaron los avisos de  Nadia: “Angeles, Gerardo….NO-SE-TO-CA” y tras sobarle un poco y comprarle algo, nos dirigimos al centro del mercado.



Y de pronto empezó a sonar una música y la gente se paró en seco.  Podía ser su himno nacional, ya que había leído que se detienen  donde estén, así que siguiendo nuestro lema principal cuando viajamos de “donde fueres haz lo que vieres”,  también nos quedamos congelados al otro extremo de una gran vía, donde comenzaba el mercadillo.

Una vez terminado, nos sumergimos en este bosque de puestos y  de gente donde al igual que el día anterior, se vendía de todo lo imaginable y por imaginar. Y aquí compramos, principalmente artesanía ya que aquí sí que la encontramos bastante más asequible que en la tienda en la que estuvimos unas horas antes.

Terminamos con el mercadillo y también con los regalos y tengo que confesar que me inflé. Hubo para todos. Ahora ya fuimos en busca de un tuktuk que nos regresara al hotel, pero lo buscamos fuera de la muralla donde no había mercadillo.



Y nos  pidió más de lo que nos había cobrado el de ida por ir  además,  más lejos así que le dijimos que no. Cuando vio que nos íbamos nos dijo que subiéramos e iniciamos un delirante viaje de regreso regateando todo tipo de vehículos. A mí, que no me daba miedo, me daban ganas de gritar: “¡Yuuujuuuuuuu!” pero no había que tentar, así que me callé, apreté el culo contra el asiento hasta que en 15 minutos nos dejó a la puerta del hotel, no sin antes dar una curva que de  no haber estado agarrados nos habría desembarcado en el acto.


Y dimos por terminado el día tras una refrescante y relajante ducha.



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