Finaliza el sueño.

8 de noviembre.


Itinerario: Bangkok. Regreso


A la hora prevista, una hora antes, suena el teléfono. Cerramos maletas, comprobamos todo y vamos a desayunar.

Llueve y llueve y un fuerte “golpe de calor” nos sorprende al salir a la calle. En Europa la lluvia refresca algo el ambiente, aquí no. Es curioso tener esta sensación y también la de que por la noche tampoco refresca y cuando sales esperas de alguna manera que la temperatura hubiera disminuido, lo que no ocurre. No he conseguido acostumbrarme.

Y es que no se desayuna en el hotel, si no en un bar a escasos metros, pero el sitio resulta pequeño y está poco surtido, en variedad. El peor sin duda de todos en los que hemos estado. Parece que este hotel se ha cubierto un poco de gloria, y por varias cosas: el trato  de ayer cuando regresamos, distante e indiferente, el ruido de  la habitación, que no se pueda desayunar antes de las 7,30 cuando a esa hora ya están recogiendo turistas del hotel, que el desayuno  a partir de las 7,30 sea en una pequeña y poco surtida cafetería….y luego, por la noche sufrimos la espera de nuestro transporte al aeropuerto en una recepción que carecía de sillones (en el centro una especie de colchón con cojines donde es imposible recostarse un poco). En fin.

No pensamos mucho en ello y tomamos nuestro desayuno, intentando, al igual que ayer, que sea algo contundente para aguantar lo que pueda venir, y regresamos a la habitación a cerrarlo todo y bajar las maletas para dejarlas en la recepción y afrontar un duro día que empezaría pronto pero que no terminaría hasta que estuviéramos en nuestro primer avión hacia Dubai.

Puntualmente aparece nuestra guía, Susana, y nos acercamos a buscar a otra pareja que vendrá con nosotros a la excursión programada hacia el Wat Trimitr donde está el buda de Oro, el Wat Po que tiene el buda reclinado y el Gran Palacio con el Buda esmeralda.

Llueve pero el calor es si cabe más pegajoso. La otra pareja resulta ser portuguesa pero entienden bien el español.

Lluvia, calor, gente, mucha gente por todos los lados. Turistas, en grupos, solos,  y tailandeses que hacían colas interminables para visitar y rendir homenaje a su recientemente fallecido rey. Además, yo quise guardar mi vestido blanco para la visita al gran palacio como muestra de respeto, pero no me permitieron ponerme un chal y me vi obligada a ponerme una chaqueta de manga larga, así que me iba recociendo poco a poco.

Por otro lado al principio teníamos que estar pendientes de la otra pareja que se “perdía” haciéndose fotos aquí y allá, pero luego, nuestra guía debió de cansarse y nos tocó a nosotros estar pendientes ella. Nos llevaba a un sitio prácticamente corriendo, nos lo mostraba, decía “aquí foto bonita” y desaparecía. Hablaba como un loro y la entendíamos con dificultad. Entre eso y que resultó ser algo “fundamentalista” ya que regañó a Angel por sentarse ante Buda con los pies por delante, a mi por levantar la bolsa que contenía los zapatos (y menos mal que no llegué a ponerla a la altura de la cabeza), a una turista que no tenía que ver con nosotros por estar sentada en un bordillo con sus piernas algo abiertas…en fin, nos hizo la visita un poco insufrible. Yo me decía que solo era este rato y que si me hubiera tocado para el tour, me hubiera abierto las venas. ¡qué distinta de Nadia!


Comenzamos con el Wat Traimir donde se encuentras el Buda de oro. Y su historia resulta algo peculiar. 

Fue construido en Ayutthaya en el siglo XIII. En el  XVII, la estatua fue recubierta con estuco para protegerla de los birmanos que asediaban la ciudad, y quedó en el olvido. Posteriormente, el Buda fue trasladado a un templo menor de Bangkok, pero por desgracia, ese templo fue derribado al poco tiempo y la estatua quedó a la intemperie durante más de veinte años. 

No sería hasta el año 1955 cuando se tomase por fin la decisión de llevarla a otro templo del mismo barrio. En el traslado, debido a un fallo de la grúa que la portaba, el estuco se rompió dejando ver lo que había en su interior: ni más ni menos que una estatua de 5,5 toneladas de oro macizo.

 

Actualmente  es uno de los iconos religiosos más importantes de Tailandia  y está valorado en 110 millones de dólares. .

 

El Palacio Real de Bangkok es un gran completo que cubre una gran extensión de terreno en el que se erigen diferentes edificios y Templos. Destaca el  Wat Phra Kaew o Templo del Buda Esmeralda que alberga la famosa figura de Buda en piedra esmeralda de unos 35 cm de alto  y al que  el rey cambia los ropajes coincidiendo con los cambios de estación. Esta figura tiene más de cinco siglos de antigüedad  y ha sufrido un amplio peregrinaje a lo largo de la historia desde Camboya, pasando por Laos ,  Chiang Rai, Chiang Mai para finalmente terminar aquí.


El Buda Esmeralda se puede divisar dentro del templo a unos 15-20 metros de distancia y está prohibido el hacer fotos. Yo las hago desde el exterior.


También son destacables y llaman mucho la atención las impresionantes estatuas y figuras de los guardianes del Palacio que son de una belleza extraordinaria. Están junto a las puertas o rodeando los Templos.





En el templo de Wat Pho se encuentra el famoso Buda reclinado que mide 43 metros de largo y  alberga más de 1000 imágenes de Buda alrededor. Se trata de uno de los Templos más antiguos de Bangkok y fue universidad budista pasando luego a  albergar la primera escuela de masaje  tailandés del país. Su técnica se empezó a utilizar durante la época del reino de Sukhothai ,pero se perfeccionó a partir de su llegada a Bangkok y de la apertura de esta escuela.

La figura del Buda Reclinado fue construida en el siglo XIX y tiene las plantas de sus pies adornadas con incrustaciones de madre perla. La impresionante figura representa el tránsito de Buda desde la muerte  al Nirvana (La vida eterna) .

El templo en el que se ubica fue construido con posterioridad para albergar esta figura ya que habría sido imposible trasladarla.


Así, de su mano, o mejor dicho, corriendo tras ella, realizamos las visitas pertinentes.

Nos decepcionó el tamaño del buda esmeralda y nos impresionó el del Buda reclinado. La belleza de la arquitectura de los edificios, civiles y religiosos, nos cautivó pero todo quedó algo deslucido por la lluvia, el calor, y sobre todo, por la cantidad de turistas y por la guía.

En un momento determinado  los turistas tuvimos que hacer cola para atravesar la de los ciudadanos tailandeses que durante horas y vestidos rigurosamente de negro esperaban pacientemente para despedirse de su rey.

Quizás estábamos mal acostumbrados durante todo nuestro viaje y por eso esto nos resultaba agobiante y decepcionante ya que de Susana no salió ni una breve mención histórica, o dato de interés o anecdótico o algo que captara nuestra atención. Solo “aquí foto bonita” y “yo llevo turistas a rincones donde foto bonita”. Si tengo que compararla con el Sr. Pichai, el taxista que nos llevó el primer día a los mercados y que no hablaba español y sólo palabras sueltas en inglés, creo que nos sentimos más cómodos él.

 

En una palabra: la visita es obligatoria ya que la belleza de los edificios y la historia que encierran lo merece, pero el calor, la lluvia, y sobre todo, las masas de turistas que deambulábamos por allí la deslucieron mucho, y no hablemos de Susana, nuestra guía.

Luego pensé que posiblemente esta gran cantidad de gente que lo visitaba fuera debido a que durante bastantes días y debido al fallecimiento del rey,  el palacio real había estado cerrado  al público y había abierto sus puertas unos días atrás, así que nos habíamos concentrado todos.

 


Sobre las 13 horas dimos por terminada la visita. Susana nos ofreció la posibilidad de dejarnos en el hotel donde nos había recogido o en otro lugar, así que pedimos que nos dejara en el Wat Suthat, o templo del columpio.  Nuestros compañeros dudaron si aceptaban la oferta de Susana de continuar el tour por la ciudad llevándoles a fábricas u otros lugares, pero creo que ellos percibieron lo mismo que nosotros y a última hora descendieron del taxi con nosotros.

El Wat Suthat es reconocido por el gran columpio rojo que se alza frente a él. Está considerado como el primer Templo Real de Tailandia y data del siglo XIX .

Del columpio sólo queda la estructura de madera de teca que fue reconstruida por completo en el año 2005 aunque se remonta al siglo XVIII. Se empleaba en una ceremonia anual (quizás el año nuevo Brahmanico) en la que se agradecía a Shiva la cosecha y se pedía su bendición para la del año siguiente. Para esto varios sacerdotes subían al columpio y en plena oscilación  a 25 metros de altura intentaban agarrar con sus dientes una bolsa de monedas de plata sujeta a uno de los pilares del columpio. Esta ceremonia se cobró varias vidas en el transcurso de los años y a principios del XIX fue suspendida aunque el columpio quedó ahí expuesto a las inclemencias del tiempo y tuvo que ser restaurado a mediados del XX.

El original está en un museo y el que se ve en el exterior corresponde a una copia del año 2007.

Accedemos al recinto de este tempo y nos sorprende su tranquilidad y belleza. No es tan espectacular como los edificios del Palacio Real, pero nos resulta un lugar encantador, sin gente, por lo que lo disfrutamos más.

Rodean el templo 28 pagodas hexagonales que simbolizan  las 28 vidas de Buda.

Subimos las escaleras que dan acceso a este gran templo y en su interior destaca una enorme estatua de Buda, tallado en bronce, con ocho metros de altura y que procede de Sukohthai. El wihan o edificio que contiene la estatua es el más alto de Bangkok con el fin de darla cabida y sobre su base reposan las cenizas del rey Rama VIII, hermano y predecesor del actual rey de Tailandia.

Mencionar también los hermosos murales que decoran paredes y columnas que leo después que posiblemente sean los más importantes de Tailandia, tanto por su belleza como por el tamaño y donde se representan escenas de la historia de la ciudad y de los llamados “cuentos de Jataka”, las 24 vidas anteriores de Buda.

Lástima que al haber perdido todos estos datos en Chian Mai no tuviera la suficiente información como para haberlos apreciado en toda su magnitud. Sinceramente, nos pasaron desapercibidos, quizás también, porque veníamos del “esplendor” del palacio real y algo agobiados por las masas de gente.

Ya en el exterior del wihan, contemplamos el trabajo de un restaurador que pacientemente y armado con unas pinzas, iba pegando cristalitos de colores en la peana de uno de los muchos budas que había alrededor de este templo. En total hay 156 estatuas, sentado, en pose de meditación y en diferentes estados de conservación

Y no pudimos por menos que sonreímos con la posición adoptada por un tailandés: estaba sentado en el suelo y el pie que tenía en la parte superior, donde estaban los budas, estaba sin sandalia, y el que estaba abajo, calzado.

Nos despedimos de nuestros jóvenes compañeros portugueses para poner rumbo al barrio chino.






Llegar allí estaba complicado. No había transporte público (excepto autobuses cuyo uso lei que era excesivamente complicado para los turistas) y estaba lejos. Susana nos dijo que fuéramos en tuktuk hacia un embarcadero, allí podíamos tomar el barco-bus y bajarnos en el barrio chino. Pero pensamos que mejor sería tomar un tuktuk directo ya que el precio sería el mismo y nos ahorraríamos tiempo. Pero el primero al que preguntamos estaba comiendo y nos dijo que no podía ir al barrio chico porque estaba el tráfico cortado en los alrededores del palacio real. No les creimos mucho así que  cruzamos la calle y paramos uno. Este sin ningún problema nos llevó, dejándonos en la avenida principal del barrio chino, Yaowarat

Una vez allí nos sumergimos en el caótico tráfico, no solo de coches, si no de peatones. Carteles en chino, puestos con miles de cosas amontonadas y abigarradas, comida, olores, humo, estrechas calles,  o mejor dicho, callejones, gente que iba y venía, algunos transportando enormes fardos en carretillas y abriéndose paso entre la gente con bastante dificultad, …de nuevo sumergidos en otro escenario casi surrealista que parecía salir de un cuento o de una película de cine.

Mirábamos aquí y allá en todas las direcciones tratando de asimilar tanto cachivache y trasto. Me recordaba algo al polígono Cobo Calleja de Fuenlabrada ocupado en un 99% por negocios chinos, pero en comparación, esto era caótico y el Cobo Calleja un paraíso.

Intentamos buscar algún restaurante donde comer, pero imposible, así que nos resignamos por segunda o tercera vez a no comer.

 

Salimos de este peculiar sitio para tomar el barco que a través del Chao Praya nos llevara al Sky train.

El barco nos estaba esperando, así que embarcamos y luego ya en el sky train, rumbo a nuestro último destino del viaje.

La casa de Jhin Thomson se encuentra al final de una estrecha calle que da a la principal vía donde está el sky train.

Llegamos rápido y sin dificultad.

Una vez allí nos dijeron que teníamos que esperar unos 20 minutos a nuestro grupo, definido por una letra, y teníamos que elegir entre francés o inglés. Una vez más exigí el español, pero hubo una negativa por respuesta, así que nos dieron impresa en español la información.

Y seguimos los consejos que recordaba haber leído con anterioridad, de pasear por los deliciosos jardines que rodean esta peculiar casa. Un auténtico vergel en medio de la gran ciudad.

Cuando llegó nuestra hora nos reunimos con el resto del grupo y nos dispusimos a comenzar la visita por esta curiosa casa


Se trata de la casa de un empresario y miembro del servicio secreto americano durante la Segunda Guerra Mundial, que al quedar prendado de Tailandia en uno de sus viajes decidió trasladarse a Bangkok . Una vez aquí, se dio cuenta de la enorme calidad de la seda tailandesa y construyó en unos pocos años un imperio que hoy perdura, dedicado al comercio de artículos de este material.

En el año 1967, durante unas vacaciones de Semana Santa en Malasia, salió una tarde de la  habitación de su hotel y desapareció misteriosamente para siempre.

Vamos visitando las distintas estancias de esta casa formada por seis diferentes construcciones tradicionales en madera de Teca compradas en diferentes lugares de Tailandia y decoradas interiormente con un excelente gusto.

Consigo entender algo de la visita en inglés, aunque “desconecto” con relativa facilidad. Estoy ya muy cansada. Me pesa el día, bueno,  los días de recorrido, los madrugones,…y los años.

Al terminar, mientras que Angel iba al servicio, vi un cochecillo eléctrico en el que ponía el cartel de “free”. Pregunté donde iba y me dijeron que al Sky train. Le dijo al conductor que nosotros queremos ir al MBK (un conocido centro comercial) y nos dice que nos dejaba al lado, así que cansados como estábamos ya, nos subimos en este aparato los dos solitos para dejarnos en la parada, muy cerca del centro comercial que encontramos andando unos metros más.

La noche se había echado encima  y a la entrada de este centro comercial encontramos un mercadillo que por supuesto, visitamos. Angel se tomó un zumo que le hicieron en el acto pero…utilizando ¡hielo!. A mi se me pusieron los pelos como escarpias. Aunque ya nos íbamos no era cuestión de ir corriendo por todo el avión hacia el baño, pero bueno, fue su decisión y tengo que confesar que no le pasó absolutamente nada.

Así recorrimos los puestos del exterior para luego entrar descubriendo tiendas y puestos elegantes con copias de marcas. No me atraía nada, y lo intenté sin conseguirlo, así que al exterior de nuevo y desde allí iniciamos el regreso al hotel tomando por última  vez el sky train.


Ya en nuestro destino y como nos permitían hacer uso de la piscina, tomamos unos bañadores en unas bolsas y cruzamos la callejuela hacia el otro edificio del hotel. Allí en la planta 4ª, nos cambiamos en los vestuarios, nos dieron una toalla y a darnos un baño. Magnífica piscina,  en la azotea del hotel,  estupendo tamaño y con maravillosas vistas, también algo irreales, rodeada de enormes edificios iluminados a estas horas de la noche. Nos sentíamos casi protagonistas de una película de Hollywood. Broche estupendo para un viaje idílico que había salido casi a la perfección.

Nos dimos un refrescante y relajante baño, descansamos en las tumbonas y después de ducharnos, nos fuimos a cenar  al restaurante donde estuvimos la segunda noche. Allí repetimos algo, pero también probamos cosas nuevas.

Habíamos calculado casi perfectamente el dinero, así que nos permitimos cenar a gusto y después poco nos sobró, lo justo para plastificar las maletas y comprar unas galletitas.

Alrededor de las 21,30 estábamos ya en la recepción del hotel. Incómoda como pocas y teníamos que esperar hasta las 22,30.  Afortunadamente  media hora antes apareció nuestro guia, Tai y nos dijo que ya tenía los billetes preparados, así que tomamos el taxi que en poco tiempo nos dejó en el aeropuerto.

Allí esperamos a que nos plastificaran las maletas, las facturamos,  y nos dieron, a parte de las tarjetas de embarque, unos tickets para comer algo en Dubai. Y es que espera allí había pasado de ser de 7 horas a 8 por lo que la compañía (emirates)  estaba obligada a alimentarnos durante nuestra larga espera.

Una vez facturadas las maletas, nuestro guia se despidió y nos dejó. Ahora pienso que lo que quería era terminar pronto con nosotros, pero eso también nos benefició. Estábamos mejor en el aeropuerto que en el incómodo hall del hotel.

Habíamos acabado. Pero ni siquiera tuve fuerzas para que cierta nostalgia me invadiera ya que en cuanto encontré una especie de cheslong me derrumbé todo lo larga que era  (más bien poco) y que quedé profundamente dormida hasta prácticamente la hora del embarque que realizamos puntualmente.

En el avión y después de tomar algo, también me dormí. Aterrizando contemplamos el amanecer sobre el desierto y vimos la ciudad desde el aire divisando también la famosa “palmera”. Una vez en Dubai desechamos la idea de salir a visitar la ciudad, aunque tuviéramos tiempo. Nos daba mucha pereza, sobre todo pasar todos los controles que había, una y otra vez, y estábamos muy cansados, así que nos dirigimos a nuestra puerta de embarque y cuando encontramos una hamaca relativamente cómoda y próxima, nos tumbamos a dormir. Teníamos por delante 7 horas.

Pero en este tiempo pudimos dormir, observar el ir y venir de la gente, los jeques impecablemente vestidos de blanco con sus señoras o esposas o lo que fueran, impecablemente vestidas….de negro hasta los pies y con una única rejilla por la que asomaban sus ojos. Y muchas. Cochecillos que los transportaban (a ellos delante, y a ellas….detrás), maletas, pasajeros durmiendo…Luego nos levantamos y fuimos a buscar un sitio para comer. Elegimos un restaurante indio que no nos gustó, al menos a mi. Y después de nuevo a dormir hasta que llegó la hora del embarque y en cuya sala ya empezamos a oir español. Allí nos enteramos por la TV del triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos. Lo que parecía imposible se había hecho realidad.

En el avión más de lo mismo: comer, ver películas y dormir hasta que, también puntualmente, tomamos tierra alrededor de las 20 horas hora local en Madrid. El avión de vuelta no había resultado tan cómodo como el de ida. Y es que este ya no era un Air bus, el mayor del mundo, como en el que fuimos, sino un boing 777. Pero bueno, se notaba un poco de menos espacio lateral, pero cansados como estábamos, no lo apreciamos, casi.


Y terminó nuestro sueño, tan bien, que hemos decidido repetirlo siempre que podamos.


Mª Angeles del Valle Blázquez
Boadilla del Monte, Marzo de 2017



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